En septiembre, de sol y aire se hincha por fin la vela vieja del navío. El cielo es propicio, resuelto el corazón. Parto por fin. En el horizonte espera Ítaca o, quizá, un invierno donde poder volver a casa.
Cómo entender la pregunta de la realidad, aquí, dentro de esta escafandra oscura. Me han adelantado los años, lo sé. En el mar, las olas rompen a desmano, donde ya no puedo llegar. Alguna vez coroné ese pico, pero no era yo... Confiaba en salvarme, el camino parecía largo y lleno de promesas. Hoy, las nubes al atardecer forman interrogantes sobre la playa. Algunos objetos perdidos: Un reloj de pulsera. Un caballito del rancho de Playmobil. Un examen de historia. Unas gafas de sol graduadas. Varias sudaderas favoritas. Un ligamento cruzado. Trenes y algún autobús al sur. La bicicleta roja de la infancia. Amores variopintos, amistades desidiosas. Otras gafas de sol. La forma de comunicarme. El libro de Pedrito. Los aullidos, el olfato, las penúltimas gafas de sol, las estaciones del año.
En el estanque la voluntad de no pensarte se deshace en un duplex acuoso, el silencio hidráulico de un sueño Te veo Eres una metonimia en el río, tu cara desdibujándose tras las volutas de agua Se puede leer un murmullo de letras y de aliento en la caligrafía de tus labios inconexos Nos separa un músculo cristalino, una membrana en cuyos extremos contemplamos las formas transitorias que nos definen Puedo sentir tu auxilio al otro lado, la llamada insertada en un manifiesto sanguíneo, tu mirada cruzando este océano de luz y de moléculas Dos veces dices mi nombre Lo leo en el eco vacío y en los gorgoritos sordos que arremolinan el agua Estás cerca y lejos Dices mi nombre varias veces Puedo ver cómo me envías el mensaje que es mi nombre: sonríes, me dices, te pones seria, deletreo tus labios y sonrío Y así pasan dos mil años en este episodio onírico Nos miramos con expectativas eternas a través de la espesura cristalina y orgánica, la luz plástica que nos une y nos separa, el vacío hermét...
A quién denunciar, donde presentar una queja, qué justicia digerirá esta verdad inexplicable: estuvieron entre nosotros pero ya no estarán más. Habitaron este mundo. Yo no sé si los hemos aprovechado bien, si hemos puesto suficiente amor encima de la mesa. No hay consuelo en la sospecha de que ese miedo es recíproco, que tampoco ellos supieron amortizar los abrazos. Cómo habitar ahora los días restantes con su presencia hueca a la vuelta de las esquinas, sin su imponderable humanidad. En las casas nuevas y desprovistas, en el imaginario que sobreviene, nadie estaba preparado para esta profética orfandad.
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