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Nordés y barro, voluntad y hogar

El mundo es arcilla Bienvenida . Quique González    Bajo el pinar chilla el invierno y sobre el suelo de espinas yace el nido volcado de una pega, un informe entramado, perfecto hogar de plumas, ramas y barro.   El nordés, que nos define,  también nos desequilibra, a los funambulistas del viento, a los que caminamos vacilantemente sobre una cuerda, sin más abismo que el empeño por poner ahí debajo el acantilado voraz del propio miedo. Nos define el nordés y el barro. La pega, en la sombra de Diógenes,  colecciona bajo el alero del teixo, cáscaras, excrementos y brillantinas, lo mismo que los buenos y malos recuerdos que son punta de flecha de la memoria,  aquello con lo que construimos -golpe a golpe, verso a verso- todo lo que somos: voluntad y hogar.      De ahí, con barro y esmero,  cada invierno, cada ciclo, una y otra vez el animal construye -inexpresivamente- su cobijo, se empeña, desgastándose en el tiempo, como una roca en la erosión del río, dejándose la piel y la plumas, amig

Hogar

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Oh, let me see your beauty when the witnesses are gone Dance me to the end of love Envejecimos lentamente. Los atardeceres caían uno a uno sobre la terraza, como telones que cierran, noche tras noche, una función exitosa. Desde allí bebíamos vino, bailábamos y saludábamos a la luna y al viento del invierno. En silencio recordábamos a nuestros padres, los lugares ya tapados, antiguos olores, viejos sonidos de grava y madera. En noches de brisa  guarnecíamos la llama de las velas con un cuenco de manos. A veces complacía y a veces quemaba. A eso le llamamos hogar.

De cara a la esperanza

Salvo para un párrafo a negar no he pensado ni un instante en el palacio negro saturado de intrigas y de máscaras. No he visto pasar por mi mente reloj alguno ni huellas recientes, ni mañanas grises de cemento         frío. Estoy de cara a la esperanza, junto al fuego que destruye y crea, estoy en la fuente que me trae -granizo viento agua- desde nubes bajas como tobillos de volcán, oscuras como el estómago vacío de una ballena. En los mares del sur, en Isla Negra, en la vega del Porcía, cercana pero extraña, distinta, antigua, atávica. Estoy entre el fuego y la literatura, en el pasado elegido, en un momento del río, en Ainielle, en Comala, en Roma.

Foxos

Aunque n ací en Foxos e n el exilio olvidé sus vericuetos. Hoy, el oleaje quiere desmontar las ensenadas. El mar intenta penetrar furiosamente en la roca pero solo consigue volver atrás,  humillado en batido de burbujas y salitre. La mañana es benévola: perdona el frío , los miedos... Los acantilados aguantan impasibles las tarascadas del ti empo en sus costillas .  Y a mí, que escribo en cladestinidad, también me moldea su insistencia, también me transforma. Y es que he vuelto a casa, a describir   como un topógrafo mis s ent imientos, a recorrer de n uevo los caminos , a comparar las lluvias del invierno.  

Hogar

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Han pasado los años y la casa se ha vestido de pena y alegría, alternativamente, cuando ha tocado. El olor de los muebles apenas ha cambiado pero las almas, los niños, las voces y las visitas se han sucedido modificando el hogar bajo la sospecha de un destino prescrito desde el principio. En las superficies reflectantes, ventanas, espejos, cristales, vitrinas, azulejos y televisores, hay ahora otras figuras que fijan extrañeza en sus propias sombras. En un ciclo han vuelto, sin embargo, los gritos, de todo tipo y tono. Los silencios también se atascan en el pasillo y en los baños sobre todo en las tardes de verano, cada vez más cortas. La higuera magnifica la casa. La parra, próspera y colmada de uvas en la visera del tejado sugiere un progreso cuestionable. Se sufre concibiendo el tiempo como una rémora atada al interior de un mismo. De todos modos tengo ventiocho años, he vuelto a escribir y eso m