Nordés y barro, voluntad y hogar
El mundo es arcilla
Bienvenida. Quique González
Bajo el pinar chilla el invierno
y sobre el suelo de espinas
yace el nido volcado de una pega,
un informe entramado,
perfecto hogar de plumas, ramas y barro.
El nordés, que nos define,
también nos desequilibra,
a los funambulistas del viento,
a los que caminamos vacilantemente
sobre una cuerda, sin más abismo
que el empeño por poner ahí debajo
el acantilado voraz del propio miedo.
Nos define el nordés y el barro.
La pega, en la sombra de Diógenes,
colecciona bajo el alero del teixo,
cáscaras, excrementos y brillantinas,
lo mismo que los buenos y malos recuerdos
que son punta de flecha de la memoria,
aquello con lo que construimos
-golpe a golpe, verso a verso-
todo lo que somos: voluntad y hogar.
De ahí, con barro y esmero,
cada invierno, cada ciclo,
una y otra vez el animal construye
-inexpresivamente- su cobijo,
se empeña, desgastándose en el tiempo,
como una roca en la erosión del río,
dejándose la piel y la plumas,
amigos, lugares, amores,
cuando el nido cae, gravemente,
y todo vuelve a empezar.
Nos define el nordés y el barro.
Somos voluntad y hogar.
Y en ese círculo de acción,
dentro de sus opciones,
brilla la insustraible determinación
por sobrevivir, la instintiva voluntad
de resguardo, el incondicional amor
por la vida. El afán por ser,
en un vaivén de corrientes.
Somos voluntad y hogar.
En la contienda de los días
será certero recordar
nuestras armas.
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