Todo aquello que lucha por nosotros
El último hombre. Albert Camus
Transcurre el día con formas de sueño.
No embriaga el momento, solo se filtra
como un veneno que seda de oscuridad
y se administra lentamente, sin matar.
No es júbilo sino distracción. No es presencia.
Solo mirarse las manos
sin ver en ellas los restos de arcilla,
el compromiso con la vida,
la conciencia de hallar luz,
de estar en ella.
Acecha el soplo de la muerte,
el rumor sórdido de las almohadas.
Y mientras se diluyen los recuerdos
ya no sabe uno si volver a ellos
-y estropearlos un poco más-
o dejarlos, definitivamente,
en el olvido, semi-intactos,
como las cicatrices bellas de un rostro
o el relato gastado en las bocas
hasta erosionar su esencia.
Pero siempre queda el elemento heroico
que redime el tiempo desechado:
la estrella que destellea en la noche,
el eterno paisaje sentimental de un momento brevísimo,
el subterfugio de la esperanza
que no es sino la antorcha de la vida defendiéndose,
amparándonos.
Todo aquello que lucha por nosotros,
que se nos ha dado,
como el tiempo propio
y el regalo de la luz.
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