Como se entiende un viaje

 

...joder, pues porque atardecía.

Y yo estaba sentado en la Cruz, atento a todo. Y me daba cuenta. Y el momento tomó forma. Y yo atento a todo. A los coches que llegaban a la misa de las ocho y se colocaban en los aparcamientos y parecían hormigas. A las farolas que, como despertando, de repente iluminaban solo lo justo a su alrededor, aquella cornisa, la puerta de la escuela, la copa del árbol al lado de la canasta. Y yo atento al declive de la luz, al desparrame discretísimo del sol hacia abajo, allá a lo lejos. A los sonidos, a esa curva que es la tarde y que ignoro siempre y siempre está ahí, día tras día, para quien sepa pararse y quiera presenciar el minutero que es la tarde, la luz que merma, despacio, silenciosa.

Y hay que reconocer que el día fue benévolo. Un anticipo de primavera. Una muestra, pura cortesía de un invierno con los días contados (febrero y sus promesas). Y allí, sentado en la Cruz, ajeno a las prisas y al drama del día después, allí vivía yo los minutos, que sin saber eran perentorios. Y el panorama de parque, iglesia, aparcamiento y escuela era como una escena de viaje, como ver pasar el tiempo en un viaje, que es algo completamente distinto a ver pasar el tiempo de tu radio y tu rutina. "Así atardece en un viaje" pensé. Y recordaba los viajes mientras sentía el viaje del propio momento, toda esa riqueza sensorial, el bloque entero de PRESENCIALIDAD y nada más que eso, pero mucho más... El tiempo en un viaje, las horas de las comidas y las cenas. Sobre todo, los atardeceres. Así atardece en Coimbra. Así en Sapa. Así cae el sol en Tofo. La hora de la cena en Ribadesella. El ocaso clausurando la punta de Illetes. Y el olor (el día fue benévolo), y el gradiente de luz cayeeendo leeentamente allá al final, el pensamiento limpio, por fin. No quiero decir "La paz". Pero lo diré: la paz. El sosiego de la paz como un bálsamo sobre los hombros. 

Y más tarde, cuando el trance aun duraba (en cierta manera aun dura ahora, y ése es el gran inconveniente de la escritura casi siempre, ese destiempo) pensaba en aquello de Ángel González: "sin esperanza, con convencimiento". Y por fin entendí. Porque cuando los poemas o, especialmente, algún verso, se materializa delante de tus narices por fin entiendes todo, como un círculo perfecto que se cierra delante de ti, una esfera flotando ante ti, y que representa la plenitud de comprender el hecho de estar ahí -no quiero decir "vivo" pero lo diré- de estar ahí vivo, por fin. Palpitando. Poesía y crepúsculo. Maridaje. Amigos que se juntan en el inesperado momento, cuando estás abajo abajo y solo esperas esa meseta -quizá solamente un oasis- y has olvidado lo que antes merecía la pena, lo que llegaba sin esfuerzo y que ahora cuesta tanto hallar. 

Todo eso pasó. Y yo entendía. Atardecía y yo entendía, por fin. Y no hizo falta nada más porque olvidé la ira y el miedo y el tedio y la frustración y el ayer y el mañana. Y no había prisa por volver a ningún sitio, a ninguna cena, a ningún telediario, a ninguna cama, a ningún libro... Y la tarde, esta mismísima tarde que ha sido i rre pe ti ble como un concepto, era lo mismo que las madrugadas de verano, a los diecisiete, cuando nada importaba y no había más aritmética que el bombeo de un corazón y el compás de caminar en fase por los senderos, bajo una enigma de estrellas mudas que lo explicaba todo sin decir absolutamente nada.

Comprender, por fin. No tener esperanza, sino convencimiento. Comprender. Entender el tiempo de la tarde como se entiende un viaje.

       

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