No tengo el tórax de titanio
Estaba ido. De aquí para allá bailando con el balón y con el espacio con una vitalidad infantil. Y volea para arriba, y control con la puntera, regates imaginarios, giros, cambios de ritmo, bicicletas. El sol sin dolor se filtraba por el vacío que permitían dos edificios y un eco más propio de un bosque que de un barrio residencial entonaba a lo largo del parque. Cuando pasé la primera vía ya no pensaba en el percance de la estación. No tenía sentido. Siempre iba desquiciarme con la inoperancia de esa gente. No merecía la pena. Y además estaba contento. Que no feliz. Y entonces se abrió el telón, o se cerró, y mi menté se fue más lejos. A un lugar común. Allí donde terminaron tus sonrisas. Entonces Fanjul centró desde el córner, de rosca, de los que el dolor violento en la frente se alivia con el sonido del cuero rozando la malla. No iba mal, a medio metro de mi cabeza. Salté, a lo Zamorano, piernas abiertas, cuello arqueado. Y entonces pasó el revisor, justo en la veintitres y saqué el billete de entre las páginas de Demian. En un libro tan corto es imposible perder un billete de tren. Aunque no era la primera vez. El año pasado tardé casi cinco minutos en encontrar el puto ticket que se había perdido en la setenta y ocho de Las horas. La revisora debió de pensar que era un terrorista. Y sí, rematé con fuerza pero salió alto, rozando la escuadra derecha. Grité y la euforia sonaba a épocas pasadas, cuando las tardes conservaban tonos amarillos y naranjas. Le dije que la mandara al otro área y corrí como si persiguiera a una presa. Cuando no compites más que contigo mismo todo es más fácil. Y entonces miré hacia arriba y vi la luna muy a lo alto, majestuosa pero inquisitiva, su luz atrevida bañando la habitación colándose con picardía en las sombras, las paredes pintadas de plata. La mirada lunar. Posé mis ojos en su figura mansa y coqueta. La luna, al contrario del sol, se deja mirar, seduce con su brillo para siempre extraño. Nunca conseguiremos deshechizarnos del embrujo de la dama de plata. Miré la hora y en la esfera blanca tres agujas ostensiblemente quietas se aliaban con el sin rumbo del tren dejándome no sólo sin espacio sino también sin tiempo. Y a balón parado, la respiración entrecortada. Nunca supe tirar las faltas, creo que hace falta tener un pie en condiciones. Además nunca chuté muy fuerte. Sin embargo me gusta pegar dirigiendo el balón con cadencia. A colocar como se dice. Chuté con el interior imprimiendo potencia con el principio del empeine. El balón se fue, sonriendo, soñando con la escuadra, asegurando incluso un palo gol, rotando sobre una línea que lo atravesaba. Lo perdí de vista cuando oí el fuerte silbato del tren antes de perderse en la penumbra de un túnel. Llevaba una hora de viaje, entonces pensé en la reflexión de Eric y sentí un desamparo emocionante. Recuerdo nuestros momentos dramáticos con una tristeza nostálgica que me alivia durante un momento intensamente breve. La tarde noche en el muelle, sintiendo el principio del final bajo el arullo de las aguas. Nuestra mirada que se acercaba hasta vernos las lágrimas y el único ojo de cíclope de Rayuela. El silencio de la pesadumbre, las sonrisas que quieren salir y acaban formándose como muecas. Tus ojos húmedos. Reflejando todo tu interior. Y la luz lunar violándolos. Siento todo aquello porque pertenece a uno de esos pocos momentos que no se van, que siempre están ahí. Por lo demás he de decir que no tengo miedo a controlar con el pecho un balón que viene desde treinta o cincuenta metros arriba. Por muy duro que esté. No quiero decir que tenga el tórax de titanio pero si sabes la técnica únicamente te duelen los cinco primeros. Siempre asocié el fútbol con la contundencia, con la fuerza. Es porque siempre fui de los más pequeños del equipo, a pesar de ser de los más grandes en edad. En el primer año de cadetes llevas más ostias que nadie. Al final todo se suple con lo que tengas a mano. Y quieras que no los tienes presentes y afloran aprovechando las flaquezas de algunas noches o la fiebre que acude cada cierto tiempo. Son momentos que dudarías olvidar aunque tuvieras el poder para hacerlo. Constituyen los tres o cuatro o cinco pilares sobre los que se asienta tu vida, tu pasado. Busqué esas marcas del tiempo y la vida en mis manos blancas y sentí la luz lejana en los huecos de las arrugas. La luz lejana. Y en la quietud de mi intimidad saboreé la velada. Pensé en Sparks en High speed pero deseché la opción de la música abriendo la ventana y disfrutando del sonido intrínseco de la noche. Aspiré hondo, sentí. Cuando llegamos a uno de los pueblos de montaña saqué la música, pensé en el Parachutes pero deseché esa opción por falta de intimidad. Parachutes es sólo para la soledad de la habitación. Y Fanjul que seguía centrando desde la izquierda, es decir, con la rosca hacia la portería. Y yo cabeceando, engachándola de volea, mandándola al carajo. Más de una vez me fui descojonando a buscar el balón muy lejos. Hasta un punto al cual desconocía si quería llegar. Me levanté a estirar las piernas y cambié de vagón. La puerta quedó entreabierta dejando paso al ruido del exterior. Fui consciente de ello y durante un instanté que nunca se vio finalizado pensé en cerrarla. Pero no quise cerrar las puertas. Y cada poco vuelvo a esos lugares comunes. A perderme en el entramado de los cuatro o cinco o seis puntos que conforman mi pasado, con la esperanza de no encontrarme más allá de la línea de fuera de juego, de un juego contra mi mismo.
Comentarios
Sencillamente genial.
Joder Tin, me preguntaba si el post era tuyo, ¡no terminaba nunca!
y deseaba que no terminara nunca..
una pasada.
una auténtica pasada.
un abrazo Tron
Y qué pasaba en el fuera de juego? tampoco es que fuera muy grave...
el eterno autocombate de jugaraquejuegas :)
Se me hace raro que alguien que no conozco me llame por mi nombre auténtico y completo, jejeje
enhorabuena tin, creo que yo no soy capaz de escribir bien durante tantas lineas. Y tu lo has echo de sobras aun con la costumbre de ser escueto.
Te sigo leyendo, como no
un beso enorme.
^^