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Mostrando entradas de mayo, 2013

Madrid-Granada

Olivos blancos, fantasmales campos. Agua y nieve se escapan en salpicaduras, diría lascivas, por debajo de las ruedas y yo tengo miedo de ser un snowboarder adormilado sobre el autobús. Me acuerdo de la guerra y el progreso mientras por la ventanilla se produce una sucesión violenta, una coreografía de once coches y diez colisiones (videojuego arcade, pantalla final, una vida) Y qué bonita la nieve y qué bonito el cambio climático (rápido Pekin! disparemos a las nubes!) Todo el arcén es diez o veinte centímetros de blanco. Otros dos coches parecen jugar al pin-pón separados por la barra quitamiendos y los olivos que ya no veo me hacen recordar a los Jackson Five de Serradilla mientras Cohen me susurra al oído serenatas de invierno y los coches anónimos parpadean en esta carretera del susto, quien sabe si de la muerte... Muchas familias (pepinos adelantando con la última de Pixar en el DVD) pasarán aquí la noche, muchos camioneros permanecen resignados en los rediles de nieve y en la

Revelación diaria

Agachado, con las manos enjabonadas me froto los dedos de los pies, los talones, el empeine cubierto de vello, las falanges. Velozmente, como una mecánica, el ritual celebra una ducha más, una vida a menudo sustentada en su propia introspección. Resulta familiar cómo los dedos distintos se entrelazan siempre del mismo modo y siempre durante el mismo tiempo determinado, gestando así un hábito, una liturgia. Pronto recuerdo que algún día no estaré y que nunca más podré comprobar de esta peculiar forma mi existencia. He vivido lo suficiente para tomar conciencia de mi propia historia con toda su colección de rutinas, sorpresas y capitulaciones. Pero jamás viviré lo bastante como para olvidar los grandes acontecimientos y los momentos cotidianos, los instantes recreados en la memoria, las ruinas, la gloria, la concepción sagrada de lo que soy.