Estaba ido. De aquí para allá bailando con el balón y con el espacio con una vitalidad infantil. Y volea para arriba, y control con la puntera, regates imaginarios, giros, cambios de ritmo, bicicletas. El sol sin dolor se filtraba por el vacío que permitían dos edificios y un eco más propio de un bosque que de un barrio residencial entonaba a lo largo del parque. Cuando pasé la primera vía ya no pensaba en el percance de la estación. No tenía sentido. Siempre iba desquiciarme con la inoperancia de esa gente. No merecía la pena. Y además estaba contento. Que no feliz. Y entonces se abrió el telón, o se cerró, y mi menté se fue más lejos. A un lugar común. Allí donde terminaron tus sonrisas. Entonces Fanjul centró desde el córner, de rosca, de los que el dolor violento en la frente se alivia con el sonido del cuero rozando la malla. No iba mal, a medio metro de mi cabeza. Salté, a lo Zamorano, piernas abiertas, cuello arqueado. Y entonces pasó el revisor, justo en la veintitres y saqué...