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Mostrando entradas de abril, 2013

De ambos lo nuestro

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De mí, tus ojos verde Torbas ajustados al cielo de un poema. De ti, mis cabos sueltos, tu mirada clínica sobre las maldades de mi cuerpo. De ti, el suelo que fecundas y tus llamadas en el mar arrebolado, la risa que asola una escueta tristeza al otro lado de las líneas. De mí y de ti, los silencios ad hoc : la cordillera que nos separa repartida entre el trémulo y los chubascos. De ti y de mí, de nuevo, las cucharas en la cama, la carta blanca para vivir con la tranquilidad que da ser amado. De nosotros el aura, de ambos lo nuestro.  

¿Sociedad? (Octavio Paz)

Nada ha existido, en el pasado de los hombres, que sea comparable a esta realidad abigarrada y, por decirlo así, repleta de sí misma. Repleta y vacía: ¿qué hay detrás de esa enorme variedad de productos y bienes que se ofrece a nuestra vista con una suerte de generosa impudicia? Riqueza fascinante, es decir, engañosa. Al  decirlo, no pienso en las injusticias y desigualdades de la sociedad norteamericana: aunque son muchas, son menos y menos graves que las nuestras y que las de la mayoría de las naciones. Digo riqueza engañosa no porque sea irreal sino porque me pregunto si una sociedad puede vivir encerrada en el círculo de producción y el consumo, el trabajo y el placer. Se dirá que esa situación no es única sino común a todos los países industriales. Es verdad, pero en los Estados Unidos, por ser la nación que ha ido más lejos en ese camino y ser así la más perfecta expresión de la modernidad, la situación ha llegado a su límite extremo. Además, en esa situación hay una nota única

Andamios (Seamus Heaney)

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Los albañiles, al comenzar un edificio, Tienen mucho cuidado de probar los andamios; Se aseguran de que en los puntos clave no se deslizarán las tablas, Aseguran todas las escaleras, aprietan las juntas de tornillo. Y, sin embargo, todo se viene abajo cuando la obra está acabada, Dejando al descubierto muros seguros de piedra resistente. Así que, querida, si a veces viejos puentes Parecen romperse entre tú y yo No temas. Podemos dejar que los andamios caigan, Seguros de que hemos construido nuestro muro. Seamus Heaney. Andamios. Muerte de un naturalista (1966) - Masons, when they start upon a building, Are careful to test out the scaffolding;   Make sure that planks won’t slip at busy points, Secure all ladders, tighten bolted joints. And yet all this comes down when the job’s done Showing off walls of sure and solid stone. So if, my dear, there sometimes seem to be Old bridges breaking between you and me Never fear. We may let

Hablo de lo que somos

Llueve, madre. Aún es pronto. Es una opción seguir errando pero también lo es cambiar y caminar juntos, hacer alguna de esas cosas que nunca solíamos hacer: ver los relámpagos caer como alambres sobre el altar de hierro en la playa, ir de la mano bajo las lunas de Lisboa en abril, enseñar juegos a los niños, aprender de nuevo un idioma, repasar los ríos y las canciones, los nombres de las casas, abrazarnos, contar secretos, viajar. El día de hoy está pidiendo regresar, con esfuerzo, al corazón del Cioyo o volver a rasgar con un cuchillo las barbas de mejillones atados a las rocas, como haces para siempre en esa vieja fotografía. Mirar a la cámara, juntos esta vez, contenidos, inquietos, mirar al futuro, quedarnos    así.

Primavera, río

Ya conviven los colores en la curva del río. Hace frío, la mañana es implacable con los débiles. El cauce arrastra un bloque denso de niebla, una traída de montañas. A la vuelta del muro, el mar parece un corzo herido, un quejido, algo quieto que estalla.

Recogida de moras (Seamus Heaney)

A finales de agosto, después de mucha lluvia y mucho sol, durante toda una semana, las moras maduraban. Al principio sólo una, un cuajarón brillante y púrpura entre las demás, rojas, verdes, duras como un nudo. Te comías aquélla y su carne era dulce como vino espesado: sangre de verano había en ella dejando manchas en la lengua y ansia para seguir comiendo. Después las rojas se oscurecían y aquel deseo nos enviaba con frascos de leche, botes de guisantes y tarros de    mermelada adonde las zarzas arañaban y la hierba húmeda decoloraba nuestras botas. Alrededor de los campos de heno, de mieses y bancales de patatas caminábamos y recogíamos hasta llenar los recipientes, hasta que, cubierto el fondo con las verdes, los botones oscuros ardían en lo alto como una fuente de ojos. Nos escocían las manos por las picaduras de las zarzas, teníamos las palmas pegajosas como    las de Barba Azul. Almacenábamos las bayas frescas en la vaquería. Pero cuand