Sozinho pelas ruas
En avenidas polvorientas
coronadas de árboles de jacaranda
la mirada de los azulejos rotos
se refleja en otro océano,
el símbolo de la inversión radical
en la que me mezco.
El otoño que no ha de llegar
constituye una pérdida insignificante
en el balance próspero
de tantos pasos, kilómetros, sueños, miradas.
En las pequeñas calles, esas tan quietas
que la canícula tumba a los hombres
sobre sus sillas de plástico
o adormece el sonido de las radios
y silencia los pasos del que camina.
Cuando cae la tarde,
y los carteles reclaman juegos
para reconstruir un país
con los brincos de sus niños,
yo sólo tengo sentidos
para caminar y beber sin esfuerzo
todo lo que me ofrece este verano
expuesto hacia mí como una ofrenda.
Con la mente abierta y con suelas en los zapatos
y sangre en las venas y la mirada al frente
el miedo y el hastío se diluyen en el aire
como un vapor de alcohol
o un cielo nublado que se desvanece
incólume, digno.
He muerto hacia atrás.
Procuro no pensar
en ello:
ahora voy -sozinho pelas ruas
y tristemente feliz-
hacia adelante.
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