Volver vacío
Me llevo mucho.
Casi todo excepto un otoño.
Me llevo las calles rotas, las miradas duras,
el tiempo lavado como una roca
en la esquina de un río.
Me llevo la colección de acentos, las miradas
duras
que no dejan de recordar el futuro robado a un
país,
su derrota circular.
Me llevo los pies descalzos,
perpetuados como una maldición
en el cuerpo de los niños.
Me llevo el mar ambiguo, las playas, los pocos
perros
que siempre son el mismo, el que intenta
comprender
el idioma del hombre estúpido y sonriente,
el idioma del hombre estúpido y afligido.
Me llevo miles de recuerdos,
algunos irrecuperables, algunos lacerantes
como el de los dos hermanos
en mitad de la noche,
caminando bajo la luz única de millones de
estrellas,
en una carretera hacia ningún sitio.
Me llevo a mí, a mis heterónimos,
A mis he sido, mis revival, mi continente
mudado, alterado, infectado, enfermado, resurgido.
Me llevo lo que fui y lo que voy a ser.
Esos extremos distantes.
Esos extremos distantes.
Creo que tanto me llevo –tanto-
que sólo tengo miedo
a no llevar nada,
a volver vacío.
Las manos juntas de aquellos dos hermanos.
Saber que pudimos ser nosotros.
No saber soportarlo.
No saber soportarlo.
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