Cada verano

Cada verano es una sorpresa
en las noches quietas.
La calma aplana, desde el mar
a las montañas,
y un ciego puede imaginar al detalle
la tranquila penumbra 
escuchando tan solo
el mapa sonoro de ladridos.

El invierno, sin embargo,
es dramático y tempestuoso.
Llena de confusión las cabezas,
y hace retumbar la tierra
en las cuevas que bostezan
bajo los acantilados.

(Por si no lo sabeis:
aquí solo tenemos dos estaciones)

En invierno, el mar golpea,
inclemente, a nuestra puerta.
Los días apenas consiguen lograrse,
anegados bajo el temperamento
del clima y el gris plomizo del cielo.

Pero en verano los gatos pasean
en sagrado sigilo sobre las cercas
-Siempre de noche. Estoy hablando de la noche-
El mar, el mismo que ensombrece los inviernos,
duerme como un animal rendido,
harto de enbestir inútilmente
contra la roca.

Sobre los campos y los maizales
las estrellas posan con delicadeza
sus salutaciones.
Siguen ladrando los perros
allá a lo lejos, lo suficientemente cerca...
Con pausa, en el banco del porche,
se vuelve posible esbozar un poema,
respirar sereno.
y hasta sonreir
humildemente agradecido.

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