Es la fortaleza

Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba

Creación. Cesare Pavese

 

Porque el amor no es enamorarse.
Es, una y otra vez, construir el mismo
patio donde escuchar el canto de los
mirlos, cuando aún es de noche, en
primavera

Trabajos de amor. Joan Margarit

 


Bebo un té, en mitad del invierno -un té muy caliente, como el pecho del petirrojo en la nieve, como el corazón dentro del pecho del petirrojo en la nieve- La cortina de vapor me lleva a otro té, lejano, en el sur, cuando aun estudiaba (las primeras temporadas de la serie. El pasado, desde aquí siempre ingenuo e, invariablemente, siempre más feliz). Agua caliente con hierbas que ingiero, subiéndola hasta la boca, y que baja por la garganta hasta el estómago y allí me serena. Y escribo.

Al parecer, nieva. Se suceden los episodios de esta temporada. El mar derriba furiosamente un faro. Una ballena rorcual se arrastra hasta la fría orilla de la playa y allí, sencillamente, muere. Es la misma playa en la que nosotros también yacimos en caliente sobre la arena (los capítulos más recientes de la serie, los más sombríos, los de apariciones estelares y giros en la trama). Siempre es el mismo el invierno pero siempre es asombroso. No era como yo pensaba: el petirrojo sigue siendo igual de sociable pero aparece durante todo el año y la vida se parece entonces, un poco, a los poemas de Cesare Pavese, en los que la primavera es un eje concéntrico y siempre hay colinas y mujeres. Jóvenes que fuman. Mucho trabajo y mucho sol. Estuarios y calles en la madrugada. Un asombroso invierno, poemarios, recuerdos no vividos. Préstamos de otras vidas que miramos y nos valen (¡porque nos reconocemos en un verso mínimo!) y las usamos a pie de página o como epitafios o las transformamos, dándoles continuidad. Reciclar, reutilizar (hombros y gigantes). Literatura, al fin y al cabo (supongo) que no es menos útil que una herramienta (un martillo, un ordenador, un coche)

El invierno es tedioso pero es asombroso también. Precisamente porque en la temporada que viene el protagonista atraviesa, de nuevo, como una flecha la primavera. Y esa promesa siempre nos engaña. Tropezamos en ella y caemos... El guionista de la serie no está siendo ingenioso. Primavera, verano, otoño, invierno. Primavera, verano, otoño, invierno. Primavera, verano, otoño, invierno...

Soy libre ahora, mientras escribo. El té determina, como entonces, la duración de este relato. Soy libre, digo, y, sin embargo, dudo del paso de las estaciones. El argumento de esta serie. Cuatro temporadas. Me despista el petirrojo, al que no he perdido de vista desde el verano. Y yo juraría que no fue siempre así (antes todo esto era(n) campos...) Me despista esta sucesión disparatada de emociones. Este extraño tempo sin transiciones. Esta distorsión de la realidad. Pero, por alguna razón, seguimos adelante. Casi diría irreflexivamente. Es la fortaleza enigmática que nos empuja.

El té ya está frío. Ha vuelto a suceder pero no ha estado mal: ahora soy un poco más fuerte. La barra de energía ha aumentado un poco y puedo sacar la cabeza del agua. Un poco. Lo justo para respirar hondamente y, quizá, sonreir. Tras la ventana, un petirrojo esmirriado continua buscando comida. Su pecho naranja es el mismo corazón del invierno. El enigma continúa.

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