La manzana y el reloj
Cuando era pequeño mi madre me alimentaba copiosamente a la hora de merendar. A eso de las 5 o las 6 de la tarde lo normal era el bocadillo de nocilla, de chorizón o de paté. Era indispensable, básico. Sanas costumbres que se pierden con la independencia y la desidia de la edad. Si terminabas el grueso de la merienda iba un postre que no era otra cosa que una pieza de fruta: un plátano, una naranja o una manzana. La manzana. A eso voy. El plátano era algo dulce y podías zampártelo sin problemas después del bocadillo. La naranja, sabrosa y refrescante, se aceptaba sin rechistar. Pero si te tocaba la manzana eso ya era otra cosa. No es que supiera mal ni nada pero no entraba igual. La manzana tiene esa insipidez que hace que renuncies a ella cualquier calurosa tarde veraniega de los tempranos 90. O eso o alterar la percepción temporal y engañar a tu madre para hacerle creer que te la comiste toda. De alguna manera yo hice las dos cosas. Una vez que tuve la manzana en la mano, y el estóm...