Pensar con los poros
Lo tenía. Lo tuve. Sí, todas las palabras hiladas una tras otra. Sonaba armónico sin salir a ningún sitio. De la visión a la mente y de la mente a la dialéctica y de ahí otra vez a la mente y el ciclo, nunca mejor dicho, se recorría pasajes y pasajes, sin parar y sin tregua. Como un remolino, como los monólogos sonámbulos, tan llenos de yo sin mí, tan brillantes, tan ajenos, tan Horacio. A veces es mejor no dejar escapar nada, no ceder, no donar nada ni al aire ni a la hoja en blanco. Ni a nadie. Al final me repuse de las espirales y cambié los pensamientos por las sensaciones y comencé a sudar, a bajar y subir escaleras, a pretender, constantemente, sin parar, a sentir el mar y el cielo como un cuadro y no como un poema y de cuando en cuando me giraba levemente y le hacía un guiño cómplice al sol que ya se fundía burbujeante en el mar. Con la inercia, el feedback de tres bajadas y cuatro subidas encarrilé el asfalto con potencia y de repente aparecí en otra postal totalmente empapado ...