Casa en Hookena


[...] Por lo que toca a los adornos y bibelots, eran en extremo delicados: relojes de carillón y cajas de música, hombrecitos meneando la cabeza, libros llenos de dibujos, escudos de valía de todas las partes del mundo y los más divertidos rompecabezas para distraer el ocio de un hombre solitario. Y como a nadie le hubiera gustado tener una casa tan espaciosa para pasear solamente por ella y contemplarla, había unos balcones tan amplios que podían dar cabida a gusto a una ciudad entera. Por eso Keawe no sabía qué habitación preferir, si el pórtico de atrás, por donde penetraba la brisa de la montaña y que daba sobre los huertos y las flores, o el balcón del frente, desde donde se podía respirar aire del mar, contemplar la ladera de la montaña y vislumbrar el barco Hall en su viaje semanal entre Hookena y las colinas de Pele, o las goletas que navegaban por la costa en busca de madera, ava-ava y bananas. [...]


El diablillo de la botella. Cuentos de los mares del sur. Robert Louis Stevenson

Comentarios

Entradas populares de este blog

El sabor de la manzana

Mujeres (Manuel Vilas)

Le temps detruit tout