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Mostrando entradas de enero, 2012

Camisa blanca de juventud

En el pasado fue terrible constatar el pasado precedente, concebirlo tan sólo,  ponerle otra vez sonrisa, dimensión,  casi palparlo como a un fantasma indómito superviviente de entretiempo y exilios. Llovió después bastante y el radio de tiempo colgado de ese eje preciso conmemoró la pérdida, año tras año, como la leyenda inscrita en cada vuelta del cinturón de fuego y tiempo de un roble inmemorial. Sigue lloviendo ahora y los lodos son ya sedimentos de historia, arqueología de sentimiento, una mancha morada tan prescindible como imposible de borrar de la camisa blanca de la juventud.

Cielo

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Tú, cielo de Cohen etéreo, dónde están tus nimbos, a dónde vas allende en bloque, llevando tus aguas sin siquiera una mirada perentoria a las brasas del fuego que abandonas. Cielo de Waits, cielo de Miles Davis, cuándo sonarán otra vez tus trompetas en mi pecho, cuándo volverás a esta punta de mar afilada a legitimar para siempre las tormentas. Cielo de Cave, cielo de George Winston, a dónde llevas tu solar deshabitado de cigüeñas, la nación de solo aire, la diáspora ovillada de tus nubes. Dime, dónde estarán tus nimbos, dónde tu barriga de agua y viento, dónde posas el abrazo de horizontes de la tierra hecha a tu medida.

Pues eso

A cambio de las letras que no regresan se acumulan los libros, cajas de sueños, esperanzas, cóleras que (es muy probable) no leeremos nunca. Por todas partes libros en desorden, objetos de ansiedad, mudo reproche de no haberlos abierto. Miedo a morirse sin hojearlos siquiera. Con qué cinismo,  con cuanta desvergüenza o qué locura, después de todo esto nos ponemos a escribir otro libro. Los demasiados libros___José Emilio Pacheco

Soy un gato, soy todos los gatos

Soy un gato. Soy todos los gatos. Soy la casa alta como una torre o una espina dorsal. Soy arriba del todo cada piñón que engrana el pensamiento. Soy un gato, soy cada gato y cada máscara negra que sonríe espantosamente desde la pared. Soy el susto que sale como una bala al abrir la puerta del baño, soy un gato grande y blanco y sordo atento a los terremotos y al calor. Soy el silencio que dejaste en el salón. Soy un gato perdido fuera de casa. Un gato afónico que espera y sólo puede pensar...

Florita Almada lee

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"Una vez llegó con veinte kilos. Y ella no dejó ni uno sin leer y de todos, sin excepción, extrajo alguna enseñanza. A veces leía revistas que llegaban de Ciudad de México, a veces leía libros de historia, a veces leía libros de religión, a veces leía libros leperos que la hacían enrojecer, sola, sentada a la mesa, iluminadas las páginas con un quinqué cuya luz parecía bailar o adoptar formas demoniacas, a veces leía libros técnicos sobre el cultivo de viñedos o sobre construcción de casas prefabricadas, a veces leía novelas de terror y de aparecidos, cualquier tipo de lectura que la divina providencia pusiera al alcance de su mano, y de todos ellos aprendió algo, a veces muy poco, pero algo quedaba, como una pepita de oro en una montaña de basura, o para afinar la metáfora, decía Florita, como una muñeca perdida y reencontrada en una montaña de basura desconocida" Fragmento de 2666, de Roberto Bolaño, p.539

Silencio

Así, desgajado de tantos años pasados, ahora soy un poco de nada perdido en la habitación. Me confundo si pienso en otros yo instalados en otros momentos, en otros yo metidos en otro pellejo, intentando comprender lo que se ha llevado la trampa perversa del silencio. Esperar de venas de corazón abiertas eso que ha existido apenas como un movimiento minúsculo de hojas en la noche, como el mito enterrado en lo más profundo, el mito que jamás verán vuestros ojos. Esperar, porque aún es temprano para irse a soñar y la tarde exige más y más silencio que engendra nuevas soledades y de nuevo silencio. Y más silencio...