Calma. Bach compite con la orquesta de pájaros tras la ventana. Los campos se acompasan a la lluvia frágil que no arrecia ni cesa, allí afuera, tras la ventana. Mientras tanto, el cielo se cubre las espaldas y la mañana se enrolla sobre sí misma como un nido concéntrico o un cuerpo que tarda en despertar. Los minutos de un poema, blancos y grises, se demoran en su aventura, penetrando en la nada. Y al final, el aroma del mar, sencillo, genético, inmutable, porta una sola noticia, llega a mí como un epílogo, cierra de una vez todos mis ciclos.