Poesía de la tortuga


Llueve y el sol de las diez ya baña algunas casas. Las cortinas están entreabiertas. Lo de antes está tan prohibido y es tan tabú como cualquier otra cosa y uno puede llegar a pensar que se está volviendo mojigato o que siempre tuvo una condición muy afín a lo conservador. Lo de ahora debería de ser un poco de jazz irrumpiendo anacrónicamente en la mañana. Pero no lo es por no estropear la asepsia. Supongo que los días se hacen siguiendo esa estructura sin que nos demos cuenta: nos levantamos en vilo, como seres extrañados por un letargo convencional, de pronto estamos ante un nuevo día y ahí comienzan los estímulos, un café, una noticia, el frío en los pies, el panorama tras una cortina, un jazz afrutado que pudo ser y al final no está acompañando al traqueteo del teclado. Una inflexión más (cualquier metáfora falsa) que nos parece deja vu descafeinado.

Hace unos días uno piensa en la poesía de la tortuga, en las esferas de nada que va soltando, libres, en el cielo. Uno quiere creer que vive de eso y de vez en cuando se encuentra con algo que niega esa creencia y algo más y tiene que empezar de cero. Pero la simple reaparición de la poesía de la tortuga es suficiente para volver a empezar y meterse en el ciclo de aceptar y negar algo de lo que no se está plenamente convencido. Uno borra una frase y a continuación piensa que quizá sólo haya certeza en los sueños, que quizá la poesía solamente trata de emular lo que ocurre cuando uno se da una vuelta siendo alguien distinto en otra, llamémoslo, dimensión. Sólo son suposiciones escritas como una torrente verborreico pero bastaría escribir aún más vacuo y disponer las frases en una columna más estrecha rellena de versos huecos y sílabas y ésa ya sería la columna que soporta la vida de uno, sus ilusiones, alimento de su maquinaria, improvisado agente que ayuda a hacer y restablecer algo que bien se podría llamar operaciones de redención.

Asepsia, sí. Pensándolo mejor el jazz sólo teñiría esta mañana con una disonancia inaceptable. Uno podría ir tirando con lirismo, con algún sonido fúnebre o lacrimógeno que se acompasara a la lluvia de ahí afuera pero uno confía firmemente en la asepsia matutina, a lo más cede al runrrún del ventilador o al incesante tictac de uno o dos relojes. Con eso basta para darse cuenta de que hay tiempo fluctuando, tiempo que de alguna forma está influyendo en la columna de tortuga que debería ser y no es, porque simplemente todo, el conjunto de mañana, texto, teclado, runrrún y estímulos, es contradecir en un ciclo sin final, contradicciones sumándose a la fiesta del 28 de diciembre, mañana fría, nubes y claros, asepsia, ubicuidad, revolución, espejos, yo qué sé.


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