Sin vida
Dicen que nosotros plantamos los árboles. Que una vez nos juntaron a todos en un dia gris y lluvioso y allí sembramos las semillas con inocencia y aleatoriedad. Lo dicen abriendo los ojos con una vehemencia calculada y desternillante. Pero nosotros escuchamos como desmemoriados, como de otro mundo (claro, en la infancia...) Y ellos que sí, que ahora ya da igual pero que sí, pero que no tuvo trascendencia, casi como a regañadientes, como con envidia o un poso de rencor. Hoy es un lugar en toda su definición, con bancos y árboles y lagunas y caminitos, como un parque espeso y florido, una reserva verde para nostálgicos y adolescentes ejerciendo. La hierba está alta y salvaje, y los árboles, hijos nuestros y de la tierra, yacen orgullosos, todavía jóvenes, tostándose al sol crepuscular de estas tardes largas de verano. Pero ya desde el camino de piedras se adivina la vida: los trinos de los pájaros en los árboles, los preservativos y los kleenex desperdigados en el solar. Debajo del banco una botella de sidra, paquetes arrugados de tabaco negro, pañuelos dispersos, indudable presencia humana (mancha de petróleo aceitando lentamente el mar). Las lagunas, inútiles y bucólicas, exhalan un silencio de estanque, sin el croar de una rana ni el zumbido de despistados insectos. Sin vida. Puro artificio, como nuestra acción: artificial y futil salvo por la fuerza intrínseca del símbolo (la mancha que casi llega a la costa) y la tonalidad increíblemente asturiana del paisaje, el silencio con sus innegables aditivos naturales, el ostracismo de ir y estar un momento dentro del círculo y salir luego como sale el aire jabonoso tras la explosión violenta de una burbuja. Llegará un momento (los políticos se ponen manos a la obra, las empresas encuentran su nicho en la ecología) en que el $ímbolo estará tan devaluado como las lagunas que nutren los árboles que plantamos, de los eucaliptos nacerán eurodólares con un delicioso sabor a menta y nuestros árboles (nuestros hijos) serán bastardos benditos del dinero, la codicia, el cemento y la precariedad humana...
Comentarios
La hierba está alta y salvaje, y los árboles, hijos nuestros y de la tierra, yacen orgullosos, todavía jóvenes, tostándose al sol crepuscular de estas tardes largas de verano.
Las lagunas, inútiles y bucólicas, exhalan un silencio de estanque, sin el croar de una rana ni el zumbido de despistados insectos. Sin vida. Puro artificio, como nuestra acción: artificial y futil salvo por la fuerza intrínseca del símbolo
el ostracismo de ir y estar un momento dentro del círculo y salir luego como sale el aire jabonoso tras la explosión violenta de una burbuja.
Tio, impresiona leer algo asi antes de comer, y despues... y por la mañana, la noche, a cualquier hora. Esa sensacion de artificiosidad la he notado en muchos parques y puede ser desagradable.