Parecer ser que lo único que suena bien, en el sentido de que suena a azul y suena a atlántico y suena a brillo y suena a libertad, y, en definitiva, a mar, parece digo, que sea esa palabra tan aterciopelada. Esa palabra fresca, desnuda pero también exhuberante, frondosa, amable, azul, azul cobalto, azul celeste, azul nocturno, azul niebla, azul ópalo, azul tirando a índigo, azul aciano paleta de Vermeer, azul mar de luna de Munch, azul de ultramar. Está esperándonos la palabra, digo, para ir de la mano de la primavera, para ir todos, los vivos y los muertos, los animados y los inanimados, para transitar por el tiempo de sol como un grupo de amigos bellos y felices que no necesitara siquiera jactarse de la belleza ni de la felicidad, y como si alguien ulterior, un narrador quizás, contase sin muchos detalles cómo vamos recorriendo una ciudad al amanecer y al atardecer y cómo en las horas medias nos acurrucamos en los cafés o sacamos fotos a las flores o flores a las fotos o miramos l...